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Discurso Eduardo Morgan G. por Premio “Universidad 2015”

7 de octubre de 2015

Paraninfo de la Universidad Nacional

Agradezco profundamente al Rector Magnífico y al Consejo Académico la distinción que hoy me ha sido conferida y al Profesor Miguel Angel Cañizales sus generosas palabras. Este gran honor me compromete a seguir colaborando con mi querida alma mater en la que recibí excelente formación académica y deontológica y donde forjé amistades que han permanecido inalterables a través del tiempo.

Un día como hoy, el 7 de octubre de 1935, hace 80 años, nació nuestra Universidad en las instalaciones del glorioso Instituto Nacional. Fue su fundador Harmodio Arias Madrid, presidente de la República, y su primer rector, Octavio Méndez Pereira. Las clases se daban de noche y contaba con seis facultades, la de Derecho una de ellas. Comenzó con una matrícula total de 175 estudiantes. Quince años después, el 29 de mayo de 1950, se iniciaron las clases en sus nuevas instalaciones gracias al interés de otro gran estadista, el presidente Enrique A. Jiménez.  El campus tenía un área de 60 hectáreas y formaba parte de los terrenos conocidos como El Cangrejo, que incluían tierras adicionales para el campus de la Escuela de Artes y Oficios.

Cuando ingresé en la Facultad de Derecho, en 1955, los estudiantes ocupábamos una pequeña ala de la Facultad de Administración Pública y el horario también era nocturno. Empezábamos clases a las 5 y terminábamos a las 9 de la noche. En ese tiempo no existía la Internet  y la Facultad carecía de biblioteca propia. Teníamos que subir a la Colina, en donde estaban las oficinas administrativas y la biblioteca central de la Universidad. Esas subidas y bajadas equivalían a una clase de educación física y ayudaban a mantener en buenas condiciones a los futuros abogados.

Cruzando la calle interior estaba la Escuela de Medicina y había un acuerdo no escrito de que los futuros médicos estaban exentos de participar en los paros, huelgas y manifestaciones que se organizaban para protestar contra el gobierno o para ir a tirarle piedras a la embajada americana. Reconocíamos que los futuros galenos no podían interrumpir sus estudios por ninguna causa, por más patriótica que esta fuera. Muchas veces yo terminaba mi día yéndome a estudiar con los futuros médicos aprovechando el respeto que la dificultad de sus estudios exigía.

En ese tiempo, en la universidad había grupos de extrema izquierda y de centro. De la derecha, si los había, estaban siempre sumergidos ya que se les acusaba de ser espías a sueldo del gobierno o de la Guardia Nacional. Sin ser activista en la política estudiantil, yo mantenía buenas relaciones con todos, al punto que me postularon como candidato a la Junta de Facultad. Fui derrotado nada menos que por Alma Montenegro, hoy de Fletcher, una de las cuatro mujeres que estudiaban en la Facultad. Alma fue una de las pioneras de la rebelión femenina que hoy, triunfante, constituyen mayoría en todas las facultades de la universidad. Alma llegó a ocupar con gran acierto y dignidad importantes cargos  en la vida pública, entre ellos el de Procuradora de la Administración. Alma no cesa de recordarme, y si es en público con más énfasis, que me derrotó en aquellas elecciones. En 1958, tuve el honor de ser candidato a la presidencia de la Unión de Estudiantes Universitarios, la gloriosa UEU. Los que me respaldaban eran activistas de la Democracia Cristiana con mucha fuerza en el movimiento estudiantil. Quedaron muy desilusionados porque perdí esa elección por un solo voto, el mío. Creo que los amigos que me postularon nunca perdonaron mi ingenuidad política.

Retomando mis recuerdos de estudiante, el horario nocturno me permitía trabajar como pasante en la oficina de mi padre, disfrutar de su magnífica biblioteca y tenerlo a él y a su socio, don Lorenzo Hincapié, otro gran jurista, de consultores para absolver algunas dudas sobre la interpretación de normas o principios jurídicos. También disfrutaba mucho de las clases que impartían Narciso Garay, Dulio Arroyo,  Renato Ozores, José Isaac Fábrega, César A. Quintero, Publio Vásquez, Eloy Benedetti y Víctor de León. Este último, aunque era el Procurador General de la Nación, igual que yo llegaba a la universidad en las “chivitas del Hospital”, así llamadas por la ruta que recorrían y eran el equivalente a las “chivas gallineras” del interior. Otro profesor inolvidable fue Rubén Darío Carles, el gran Chinchorro, que enseñaba Economía. Sus clases las dictaba en el Auditorio José Dolores Moscote, a las que también asistían estudiantes de otras facultades. Las lecciones de Chinchorro eran un espectáculo, casi una función de teatro. Nos hacía exámenes de cultura general y analizaba luego públicamente las respuestas. Su larga vida, dedicada a la defensa de Panamá, hizo que mantuviéramos nuestra amistad y que fuera permanente el cariño que nos profesábamos. En las reuniones de APEDE siempre en su mesa había una silla reservada para mí.

Pasó el tiempo, me gradué con honores y me correspondió dar el discurso de graduación. Luego de la ceremonia mi padre hizo un brindis en nuestra casa e invitó a mis profesores y a sus grandes amigos,  entre ellos al Dr. Ricardo J. Alfaro y a don Samuel Lewis Arango. Aproveché el momento para entregar a mi padre mi diploma y las medallas que había ganado diciéndole que ese diploma y esas medallas los había ganado para él porque él siempre había sido mi inspiración.   Mi padre,  un gran jurista, solo había cursado hasta el 6º Grado de primaria; su título de abogado se lo otorgó la Corte Suprema de Justicia en 1923. Él solía decirme: “Mi escuela fue el trabajo y mi universidad la vida”.  En memoria suya nuestra firma estableció en el año 2000 la Beca Eduardo Morgan para estudiantes de derecho con buenas notas y pocos recursos económicos. Los estudiantes son escogidos por las autoridades universitarias y las becas se otorgan a aquellos a los que les falten dos años para graduarse a fin de que puedan dedicarse tiempo completo a sus estudios. Hasta la fecha 17 estudiantes han sido beneficiados con esta beca.

El primer puesto me otorgó una beca para estudiar el post grado y además, recibí, a través de la embajada de Estados Unidos, otra magnifica beca para seguir estudios en la prestigiosa Universidad de Yale. El año antes de ingresar a Yale trabajé de abogado y me fue muy bien. Si no hubiera sido por Diana, mi esposa, me hubiera quedado en Panamá, ganando buen dinero. Nos fuimos juntos a los Estados Unidos y allí nació mi primer hijo, Eduardo Enrique. Hoy tenemos 53 años de casados y dos hijos estupendos: Eduardo Enrique y Dianita que nos han dado 6 nietos: dos varones y 4 niñas. A Diana le debo el éxito que he tenido en mi vida pues ha sido una compañera maravillosa. Otro factor importante ha sido mi hermano, Juan David. Hemos sido inseparables. Juan David, además de abogado y escritor es un gran ejecutivo. No solo ha convertido a Morgan y Morgan en una organización importante sino que ha sido uno de los motores detrás del Museo del Canal y ha contribuido a que la Ciudad del Saber sea lo que es hoy. Los amigos que tiene, que son muchos, conocen sus dotes de guitarrista, cantante y golfista y además es miembro de número de la Academia Panameña de la Lengua.

Durante mi estadía en la universidad de Yale, tuve acceso a los anaqueles de su famosa biblioteca y  aproveché para estudiar todo lo relacionado con Panamá. Si algo caracteriza a los EE.UU. es su transparencia, sus extraordinarias bibliotecas y sus Archivos Nacionales donde queda constancia escrita de todo lo que hace el gobierno, lo que usualmente con el transcurso del tiempo se torna de dominio público. Me interesaba escribir una tesis sobre las relaciones de Estados Unidos y Panamá en torno al Canal,  la Zona y las bases militares. Conocí de primera mano la perfidia de Bunau-Varilla y de John Hay al apresurar la firma del tratado en horas de la noche y en casa de este último para burlar a los plenipotenciarios panameños que viajaban a Washington precisamente a negociar el tratado. También cambiaron los términos del Herrán–Hay para hacerlo más gravoso a Panamá como, por ejemplo, convertir los  5 kilómetros de la Zona en 5 millas. Pero tal vez la peor maldad de Bunau-Varilla fue la carta que remitió al Senado en la cual, so pretexto de interpretar el tratado, nos privó de los puertos y convirtió las ciudades de Panamá y Colón en guetos. Bunau-Varilla interpretó que los puertos que el tratado reservaba a Panamá eran los del mercado público y el muelle Fiscal; y en Colón hizo otro tanto. Según él, las ciudades de Panamá y Colón comprendían solo lo ya construido, o sea, las edificaciones existentes. Así ambas ciudades quedaron encerradas por la Zona del Canal. De esta manera Panamá quedó sin acceso al mar y sin posibilidades de establecer la comunicación interoceánica por otra parte del Istmo pues el tratado le daba a EE.UU. el monopolio de la comunicación interoceánica. Pero la infamia con Panamá no terminó aquí. En los anales del Departamento de Defensa encontré una nota dirigida años más tarde a los Departamentos de Estado y del Tesoro pidiendo que se evitara que Panamá pudiera obtener un empréstito para construir una carretera o  un ferrocarril entre las ciudades de Panamá y David porque, (y copio del texto original) “para la defensa del Canal a EE.UU. no le conviene que Panamá tenga buenas vías de comunicación”.  Esto ocurrió en 1911, tiempos durante los cuales aún para viajar a La Chorrera había que ir por mar.

Es ejemplarizante ver como la lucha de las sucesivas generaciones fraguaron el carácter del panameño que nunca se acobardó ante el imperio y que de los reclamos de mejores condiciones pasó a la acción. (A los que quieran profundizar sobre esta época de nuestra historia les recomiendo la lectura de los libros Price Possesion, del profesor Inglés John Major, y The Canal Builders de Julie Greene, profesora de historia de la Universidad de Maryland).

En la última etapa de la lucha por la soberanía hay dos fechas claves: el 9 de enero de 1964 y el 7 de septiembre de 1977. Nada tengo que añadir a la gesta de  nuestros mártires de enero y del presidente Chiari. Ellos fueron el abono que hizo fructificar la independencia. En cambio, el 7 de septiembre de 1977, fecha en que culminó el alpinismo generacional, todavía levanta protestas por parte de aquellos que quieren amalgamar lo ocurrido el 11 de octubre de 1968 con la dictadura corrupta que estableció años después el general Noriega. La historia de los pueblos debe ser contada como pasó y no tratar de cambiarla para satisfacer intereses que siempre terminan siendo pasajeros. Les relato una experiencia cuando fui embajador en Estados Unidos en 1996. En el despacho del embajador hay un hermoso recuadro con los nombres de todos los embajadores que han ocupado la embajada de Panamá en Washington. Me extrañó que no apareciera el nombre de Philippe Bunau-Varilla, nuestro lamentable primer embajador. La explicación que me dieron es que solamente incluían  a los “panameños” y que Bunau-Varilla era francés. Yo ordené que fuera agregado porque la historia no puede ignorar la realidad y es ridículo engañarse, tal cual hacían los soviéticos que eliminaban las fotos de los que habían caído en desgracia como si nunca hubieran sido parte de la historia.

Es cierto que la acción del Presidente Arias en 1968 al desconocer el acuerdo de respetar el escalafón de los mandos castrenses, acuerdo que había tenido como testigos a la alta jerarquía de la Iglesia Católica y a aliados  políticos importantes, fue el detonante que determinó que el golpe de Estado ocurriera el 11 de octubre. Pero también es cierto que este tenía ya varios meses de estarse fraguando.  Las razones eran muchas: corrupción, falta de garantías electorales y de una verdadera democracia, las barreras que impedían la consolidación de una clase media que fuera el equilibrio necesario a los grupos económicamente dominantes y la imperiosa necesidad de resolver de una vez por todas el tema del Canal. Recuérdese que los tratados negociados por el gobierno del presidente Marco A. Robles, los llamados “Tres en uno”, acababan de fracasar ante la oposición política que se levantó contra los mismos. El liderazgo lo asumieron desde temprano el entonces teniente coronel Omar Torrijos Herrera y sus compañeros de armas, con el apoyo de un grupo de civiles entre los cuales me encontraba yo. Hay que recordar que en aquellos días la única institución verdaderamente organizada del Estado era la Guardia Nacional, entonces bajo la jefatura del general Bolívar Vallarino, que se había esmerado en consolidar una institución que sirviera al país. El gobierno de Torrijos actuó con  independencia de los grupos políticos existentes, y si algo lo caracterizó fue el talento del cual se rodeó. Contó con colaboradores de la talla de Reina Torres de Araúz, Luis H. Moreno, Juan Antonio Tack, Nicolás Ardito Barletta, José Antonio de la Ossa,  José Isabel Blandón,  Nilson Espino, Marcela Camargo, Ricardo de la Espriella, Samuel y Gabriel Lewis Galindo, Rodrigo González, Gustavo García de Paredes, Rómulo Escobar Betancourt, Aristides Royo, Ricardo J. Alfaro, Edwin Fábrega, Roberto Alemán Zubieta, Ernesto Pérez Balladares, Omar Jaén Suarez, Nicolás González Revilla, Gerardo González, Mario de Diego, Adolfo Ahumada, Juan Materno Vásquez y Ricardo Rodríguez entre tantos otros. De ese cúmulo de talentos nació el Centro Financiero, los nuevos Códigos de Trabajo, Penal y Judicial, y encabezado, por el Dr. Ricardo J. Alfaro, la reforma electoral; el desarrollo energético y otras instituciones que le dieron una nueva cara al país. Pero su obra cumbre fue, por supuesto, la negociación y firma de los Tratados Torrijos–Carter que no solo nos devolvieron el Canal, su zona y la posición geográfica sino que nos convirtieron en un país verdaderamente independiente al eliminar la oprobiosa colonia clavada a perpetuidad en la mitad de nuestro territorio y las bases militares que ocupaban las áreas más valiosas de la zona de tránsito. (Recomiendo la lectura de la magnífica obra de Omar Jaén Suárez sobre los Tratados). Casi todos los panameños, de una u otra forma, colaboraron en esa titánica lucha. Desde un principio Torrijos se fijó el año 2000 como la meta para lograr la independencia total y la devolución del Canal. Hoy me doy cuenta de que él planeó una verdadera guerra diplomática contra EE.UU. y que sus armas para ganarla no podían ser otras que la dignidad, la moral y el apoyo del resto del mundo para sitiar al gran imperio y obligarlo a ceder. Luego de lograr el respaldo de su pueblo, obtuvo el apoyo de los presidentes demócratas de América Latina (Carlos Andrés Pérez, Alfonso López Michelsen, Daniel Oduber) y de allí se volcó a obtener el apoyo del resto de las Américas y del Caribe. La sorpresiva apertura de las  relaciones con Cuba, país proscrito por la OEA y por los Estados Unidos, fue una de las llaves que le permitió neutralizar a los grupos de izquierda y consolidar el acceso a los países del Tercer Mundo y a los no alineados. Recibió la visita en Panamá del legendario Mariscal Tito, con quién trabó una genuina amistad. En su periplo por el mundo entero, su sinceridad, determinante de su gran carisma, y la vehemencia con que planteó su lucha le valieron el apoyo de los países europeos y de los países árabes. Logró sobrepasar las barreras de la enemistad de judíos y palestinos y obtuvo el apoyo de ambos. La labor de la comunidad hebrea de Panamá fue invaluable para conseguir el apoyo de Israel y de la influyente comunidad hebrea de EE.UU.  Monseñor McGrath puso toda su influencia para que la Iglesia Católica norteamericana apoyase a Panamá, y se consiguió, incluso que el famoso actor de cine John Wayne, miembro conspicuo del partido republicano, nos apoyara para tratar de contrarrestar los ataques de Ronald Reagan contra la devolución del Canal. No nos olvidemos de que el eslogan del futuro presidente de los Estados Unidos era  “Lo construimos, lo pagamos, es nuestro y nos vamos a quedar con él”.

En el mundo coexistían entonces dos imperios: El imperio bueno: Estados Unidos, y el imperio malo: la Unión Soviética. Torrijos logró convencer a los Estados Unidos, apoyado por el mundo entero, de que no podía seguir considerándose el imperio bueno si persistía en mantener una situación evidentemente injusta en Panamá. Jimmy Carter, un ser humano muy especial y de una gran fibra moral, llegó a la presidencia de EE.UU., se convenció de que la razón asistía a Panamá y estableció una excelente relación con Torrijos. Fue el elemento clave para hacerle justicia a nuestra causa.

Torrijos complementaba sus planteamientos morales con la amenaza de paralizar el Canal. No ocultaba que de ser necesario su generación estaría dispuesta a sacrificar la vida para que la situación de oprobio no continuara, sacrificio que él estaba dispuesto a liderar. Es muy conocida la anécdota de su viaje en helicóptero sobre el canal con el general Brown, jefe del Estado Mayor Conjunto del ejército norteamericano. Después de enseñarle puntos vulnerables del Canal como objetivo de posible sabotaje, Torrijos le preguntó a Brown: “General, ¿qué es más importante para ustedes: ser los dueños del Canal o poder usarlo? Panamá les garantiza su uso”. Posteriormente, en una audiencia del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, un senador le preguntaría a Brown “¿Y es que no podemos defender el Canal de los panameños?” Y Brown respondió: “Por supuesto, pero denme  100.000 soldados”.

El 7 de septiembre de 1977 terminó la guerra con la que Panamá liberó el territorio ocupado y el 31 de diciembre de 1999 se recuperó el Canal. La paz con los Estados Unidos se firmó, en la sede de la OEA, en Washington, teniendo como testigos a los presidentes de toda América o sus representantes.

La epopeya de Panamá para lograr su independencia total, determinará que la figura Omar Torrijos ocupe algún día el mismo sitial que ocupan Bolívar, en Venezuela, Sucre, en Ecuador, San Martín, en Chile, Martí, en Cuba, Morelos, en México. Estos empuñaron las armas para derrotar a un Imperio español en decadencia; Torrijos empleó  la única arma que podía vencer al imperio más poderoso que recuerde la historia: la moral y el apoyo del resto del mundo.

No puedo dejar de referirme a un tema recurrente en nuestro medio: el Tratado de Neutralidad, cuyo nombre completo, con el que fue firmado por Carter y Torrijos, es “Tratado concerniente a la Neutralidad Permanente del Canal y al Funcionamiento del Canal de Panamá”.

Para interpretarlo cabalmente, hay que tener presente lo que establece el primer párrafo de su Artículo I: La  “República de Panamá declara que el Canal en cuanto vía acuática de tránsito internacional será  permanentemente neutral conforme  al régimen  estipulado en este tratado”.

Esto quiere decir que se reitera la premisa que rigió en nuestro istmo desde que se construyó la vía acuática: el Canal es una servidumbre de paso abierta a la navegación de todos los países, ubicada en el Istmo de Panamá, que fue administrada por EE.UU. hasta el año 2000 y desde entonces es responsabilidad del dueño del territorio donde está situada, la República de Panamá.

Este tratado está muy por encima de un simple tratado de defensa. Fue la llave que permitió al Presidente Carter que el Senado  aprobara por la diferencia mínima de un voto el traspaso del Canal a Panamá, la eliminación de la Zona del Canal y la retirada de las bases militares.  Su discusión rompió récord como el tratado más discutido por esa alta cámara. La oposición política, liderada por Ronald Reagan, consiguió que lo adversara un porcentaje importante de la opinión pública  y que muchos de los senadores que lo apoyaron, al igual que el Presidente Carter, no fueran reelegidos en sus cargos.

Omar Torrijos afirmó sin ambages, “Estamos bajo el paraguas defensivo del Pentágono” y añadió, “con este tratado, el ejército más poderoso del mundo no es que tenga el derecho sino la obligación de defendernos”.  De esta forma  “no tendremos que emplear los recursos que nos dará el Canal en tanques y aviones de combate sino en tractores para nuestros campesinos y en más escuelas para nuestro pueblo”.

Pero el tratado de neutralidad va mucho más allá: Panamá se obliga a operar el Canal como un buen padre de familia para que “este permanezca seguro y abierto para el tránsito pacífico de las naves de todas las naciones en términos de entera igualdad y,  agrega  la enmienda o aclaración al artículo VI …” si el Canal fuere cerrado o se interfiriera con su funcionamiento, la República de Panamá y los Estados Unidos  de América, cada uno tendrá, independientemente, el derecho de tomar las medidas que cada uno considere necesarias, de conformidad con sus procedimientos constitucionales, incluyendo el uso de la fuerza militar en la República de Panamá, para abrir el Canal o reanudar las operaciones del Canal, según fuere el caso.”

Este artículo determina que no puede haber huelga en el Canal o ninguna acción que lo paralice, sea de sus trabajadores o de terceros. De ocurrir, EE.UU. podrá mandar su ejército a ocupar el Canal y abrirlo nuevamente a la navegación. Y este es un riesgo que no puede correr el país. La ley que rige la Autoridad del Canal así lo previó al prohibir taxativamente “la huelga, el trabajo a desgano y cualquier otra suspensión injustificada de labores”. Como siempre es mejor prevenir que lamentar; sería prudente que se legislara estableciendo penas ejemplares a los que pretendan llevar a cabo la paralización del Canal. No podemos arriesgarnos a perder nuestra independencia y nuestra riqueza por la irresponsabilidad de unos cuantos.

No puedo terminar este discurso sin mencionar el legado que nos deja el liderazgo y administración del actual Rector de la Universidad de Panamá. Se han creado durante su gestión cuatro nuevas facultades: Ingeniería, Psicología, Informática, Electrónica, Comunicación y Medicina Veterinaria, y hoy son 19 las que se ofrecen al estudiantado. Se han desarrollado tres nuevos centros regionales en: Bocas del Toro, Chepo y Darién. Además se establecieron dos nuevas extensiones universitarias en Aguadulce y Soná para cubrir la demanda estudiantil y evitar así la migración hacia otras ciudades. Se instituyeron más de 30 programas anexos, entre los que destacan los de Unión Chocó y Sambú, en la Comarca Emberá Wounaan; Garachiné y Yaviza, en el sector afrodescendiente del Darién; en Ocú, Las Tablas, Isla Colón, Chiriquí Grande, Kankintú, Kusapín, El Valle de Antón, Olá, Churuquita Chiquita, San Miguel Centro, El Copé, Nombre de Dios, Río Indio, Portobelo, Tonosí, Macaracas, Tortí, Arraiján, Chame, San Carlos, Sitio Prado, Cerro Puerco, Guabal, Cartí, Nargará y Ustupu. La universidad cuenta hoy con 21 Centros de Investigación, siete Centros de Innovación, Desarrollo Tecnológico y Emprendimiento fuera del Campus Central, concebidos para impulsar la investigación pertinente que ayude al progreso de la región donde están instalados.

Como se puede apreciar la obra del Dr. Gustavo García de Paredes en la Universidad de Panamá ha determinado que la Primera Casa de Estudios Superiores del país tenga presencia a todo lo largo y ancho del territorio nacional, apoyando las áreas más urgidas de desarrollo.  La universidad que nació nocturna todavía sigue ofreciendo cursos en ese horario para que los panameños de estratos más humildes puedan estudiar de manera casi gratuita, desde Cabo Tiburón hasta Punta Burica. Desde que inició la Universidad en 1935 en los salones del Instituto Nacional se han graduado alrededor de doscientos setenta mil estudiantes y actualmente se cuenta con una matrícula de aproximadamente cincuenta y ocho mil.

La labor desarrollada por el rector García de Paredes, unida a la de aquellos que le precedieron en el ejercicio del cargo, ha venido a hacer realidad el anhelo de su primer rector Octavio Mendez Pereira, cuando hace exactamente 80 años, en su discurso inaugural, expresó: “Esta modesta Universidad Nacional ofrecerá a todos los panameños igualdad de oportunidades en la cultura superior y suprimirá de un solo tajo la restricción de esa cultura para el pueblo, considerada hasta aquí como un privilegio de los ricos o de los favorecidos por la suerte”.

Muchas gracias

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