Roberto Brenes P.
12/08/2013 – En menos de un mes, dos foros han debatido el tema “Panamá, centro financiero”. Es sintomático que la discusión sobre las oportunidades positivas se ventile en el marco de coyunturas negativas. Pero ahí está gran parte del problema, pareciera que solo creemos en las soluciones radicales en momentos de debilidad, luego las olvidamos apenas nos sentimos confortables y seguros.
Si queremos convertirnos en algo más que un centro bancario regional, tenemos que trabajar para lograrlo. Esto pasa primero por identificar y calibrar las oportunidades a explotar y desarrollar. Además de identificar los activos y pasivos (financieros o no) con que contamos para acometer las tareas y procesos que se requieran. Y, más importante, pasa por generar la visión y el liderazgo que permita galvanizar los actores y lograr cambios jurídicos y políticos, sin los cuales no sería posible crear una estrategia ganadora.
No hemos hecho nada de lo anterior. Pasamos años alabando y sobando nuestro monocultivo financiero, captar y prestar, con poca atención a la enorme transformación en el mundo y los cambios tecnológicos y geopolíticos que globalizaron la forma y los tipos de negocio que se realizan desde una plataforma que rebasó hace años la banca tradicional. Ciertamente, nos hemos esforzado para hacer crecer el mercado de capitales y las operaciones de seguros y reaseguros, pero los esfuerzos desarticulados no logran ni la credibilidad ni la tracción que tendríamos alineando toda la estrategia y los actores.
A pesar de hacer poco o casi nada, muchas cosas están pasando. La coincidencia de severas restricciones en el primer mundo y un nuevo éxodo de capitales del primer y tercer mundo, le permiten a Panamá verse como un puerto seguro, tanto de una como de la otra distorsión, atrayendo capitales y talento humano que en otro tiempo hubiesen pasado de Suramérica al primer mundo, nunca del primer mundo a Panamá, como sucede ahora con recursos europeos.
Este país, poco a poco, se ha convertido de un domicilio legal de sociedades que luego aperturaban cuentas de inversión en algún otro lugar del planeta, a una jurisdicción en la que se abren la cuentas para ser invertidas en otros países. La diferencia es más que semántica, hoy entre asesores de inversión y casas de valores hay cerca de 120 licencias que sirven a clientes de varias partes, muchos de los cuales prefieren venir hasta acá en un vuelo directo desde Quito, Lima, Caracas, Medellín, etc. sin visa ni inspectores altaneros ni aduanas ultrajantes, y todo en español. Hoy esta actividad da empleo profesional y bien remunerado a más de 300 licencias de corredores, asesores, etc. Además, desde un punto de vista estratégico, sobre este negocio se construyen los otros. Una masa crítica de inversionistas que hace viable las firmas de estructuración financiera, generación de nuevos productos, negocios de custodia, liquidación y demás.
Ante esta nueva óptica, se abren posibilidades y se cuestionan algunas de las visiones negras. Por ejemplo, que hemos perdido bancos internacionales es una verdad solo a medias. Nadie parece observar cómo los grandes bancos suizos y europeos así como casas de inversión de todo el mundo se han afincado en el país. Muchos no lo han hecho con licencias bancarias, porque no parece ser necesaria a corto plazo. Pero se han desplegado con fuerza y dinamismo a explotar el negocio de banca privada, asesoría de inversiones, estructuración de activos y pasivos corporativos y personales.
Parte de las dificultades y las fortalezas yacen en nuestro propio sistema regulatorio. Esperamos que los reguladores sean, a la vez, los promotores del mercado; una misión casi imposible. La visión y plan de acción de un centro financiero es un asunto de política económica al más alto nivel, donde la regulación es clave. Pero, aunque los reguladores pueden simpatizar con la evolución que subyace, les resulta difícil impulsarlos porque los pocos recursos apenas les alcanzan para supervisar el crecimiento natural del negocio. Una visión clara supone reguladores capacitados, dotados de recursos y ejecutando su parte en una visión amplia del mercado.
Pero hay muchas más cosas que hacer. Estas van desde adoptar una política migratoria flexible y rápida para el personal que se requiere en el centro hasta promover el establecimiento de instituciones para su desarrollo, por ejemplo, de custodia y liquidación ligadas a la comunidad financiera internacional.
Es muy importante seguir desarrollando el mercado interno de capitales. Hay iniciativas que requieren atención y prioridad, entre ellas, repensar las inversiones de nuestro anticuado sistema de pensiones para impulsar la oferta y demanda del mercado. El propio presidente, Ricardo Martinelli, adelanta dos iniciativas legales importantes. Al fin, una ley de concordato y una versión panameña de los REITS (Real Estate Investment Trusts) que potencie el sector inmobiliario como una clase de activo importante y rentable desde el centro. La clave está en congregarnos alrededor de un concepto y desarrollar un plan que ponga en su verdadero nivel el sector de servicios internacionales, el que a pesar de su nobleza y potencial, seguimos tratando como el hijo bastardo de la economía nacional.
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