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Presentación de la autobiografía «Antonio González-Revilla Ciudadano Universal» por Eduardo Morgan Jr.

2 de agosto de 2012

Buenas noches. Cuando María Luisa González Revilla me llamó por teléfono, lejos estaba de imaginar el propósito de su visita: pedirme que dijera unas palabras en la presentación del libro que recoge las memorias autobiográficas de su padre, el doctor Antonio González Revilla. Sin superar completamente la sorpresa que me causó la petición,  pensaba que María Luisa me había confundido con Juan David ya que mi participación en estos eventos literarios  se había limitado a disfrutar, como oyente las presentaciones de mi hermano, de Jorge Ritter, Rosa María Britton y otros excelentes exponentes de este género, sin duda una de las actividades más importantes y enriquecedoras del quehacer cultural.

Confieso que me considero ducho  en presentaciones ante el Colegio de Abogados, en los foros CADE de APEDE, en las facultades de  Derecho de varias universidades del país; sobre temas jurídicos, nuestras  relaciones con los Estados Unidos, o sobre nuestro centro financiero y la amenaza que le representa la doble moral de la OCDE. En esos temas me siento como pez en el agua pero no tenía la menor idea de cómo presentar una obra literaria ni el análisis que se requiere para llevar al público asistente el mensaje  que encierra el libro y que la presentación ayude a su divulgación.  Seguro estoy de que María Luisa leyó mis pensamientos porque me sacó del apuro tranquilizándome con la explicación de que la presentación formal la haría el distinguido Decano de la Facultad de Medicina, Dr. Enrique Mendoza. Que lo que la familia deseaba era que yo compartiera con ustedes, público amable, recuerdos de mis vivencias con su padre.

Pocos días después recibí de María Luisa este libro, Ciudadano Universal. Memorias del Dr. Antonio González Revilla, 1914-1998 sobriamente editado,  en cuya portada aparece la foto del doctor González Revilla que calculo, es de cuando estaba entre los 35 y los 40 años.  Después de leerlo me preguntaba si no hubiera sido más apropiado titularlo “Panameño Universal”.

El libro de sus memorias es también la historia de Panamá, algunos de cuyos relatos escuchó de su padre; entre otros, nos narra hechos sobre los trabajos franceses en la construcción del Canal; la separación de Colombia; de aquel  David pequeño, casi un vecindario de sólo 5mil habitantes; el retrato de la pobre educación y los esfuerzos por mejorarla; de la falta de vías de comunicación cuando el único medio de transporte era el mar;  las intervenciones de los norteamericanos; la historia de la medicina,  la creación de la Universidad y de la Escuela de Medicina.

Los capítulos que versan sobre su formación médica y su ejercicio, sus vivencias sobre la lucha por inculcar  en nuestro medio todo el acervo que traía del ejercicio y la práctica de la medicina en Estados Unidos, deberían ser de lectura obligatoria y de inspiración para los que son llamados por esta noble vocación. Los capítulos sobre su incursión en la política tienen, para los historiadores,  la virtud de retratar el país que existía antes del 11 de octubre de 1968.

Es admirable el fervor con que incursiona en la política. Lo toma como un nuevo reto, con la misma intensidad y pasión con que llevó adelante sus estudios de medicina y su lucha por dotar a Panamá con un mejor sistema de salud, con  buenos médicos y organizaciones que garantizaran su superación profesional y ética. No hay mejor compendio de su rectitud política que las cortas palabras que dirige a sus hijos en el preámbulo de su biografía:

El único propósito es dejarles un legado escrito sobre el desenvolvimiento de mi vida, mis experiencias múltiples,  inquietudes, logros y decepciones. Lo que dejo impreso solo a ellos les interesaría, pues representa el recuento de la vida de un esposo, de un padre y un médico que luchó en un medio muchas veces hostil, repleto de egoísmo y de codicia, y de un ciudadano que se aventuró en sus años ya maduros en la vida política de la patria panameña que le dio vida y supo estimular en su espíritu la rebeldía contra la perenne injusticia social, política y económica que se proyecta sin aparente solución positiva hacia un futuro incierto”.

El doctor pone punto final a sus memorias en 1977 coincidiendo con el tramo final de las negociaciones de los Tratados Torrijos-Carter y nos priva de su juicio sobre los últimos años del General Omar Torrijos, y la tragedia que para el país significó la dictadura de Noriega.

Por reminiscencias muy vivas en mí, el primer capítulo de las memorias, David, Infancia y Adolescencia, me cautivó enseguida. Y es que ser chiricano es un sentimiento especial. Más que nacionalismo chauvinista es un sentimiento de pertenencia al terruño, a la familia, a los coterráneos. Nos identificamos con los ríos… ¿quién no ha oído hablar  del Risacua; de que los visitantes se bañan en él para asegurarse de que siempre van a volver? ¿De los dos Chiriquí, con el mismo patronímico pero el segundo con el cariñoso “Viejo” como  apellido; del café de Boquete, el travieso río Caldera, el majestuoso Volcán Barú, de nuestros hermanos Guaymíes? ¿En qué otro lugar se oye la expresión “vamos a temperar a Boquete”, para decir salir del sofocante calor de David en los meses de verano? ¿Y quién no presta atención cuando se oye  la expresión “metoo”, casi santo y seña del chiricano?

Sin ser parientes consanguíneos, ser chiricano hace que todos los parientes de mis parientes sean también mis parientes. Así, los González Revilla primos por el lado Jurado o Araúz Jované, quedaron convertidos en mis primos, sobrinos o tíos por ser primos de mis primos Así llegué a considerarme sobrino orgulloso del Dr. González Revilla; primo de Quetita, de Marianela Stanziola y sobrino, también, de doña Flora Miró, la querida “mama Payo”.

El relato sobre su padre, el Dr. Manuel González Revilla Barloco y su madre, Mercedes Delgado Jurado me recuerda  por su ternura la primera novela de mi hermano Juan David, Fugitivos del Paisaje. Don Manuel, médico cubano, con estudios secundarios en Francia y luego graduado de médico cirujano en la Universidad de París llega a Panamá a trabajar en la obra del Canal Francés como parte de su internado, requisito  para poder  practicar la medicina en Francia. Al fracasar la compañía Francesa y antes de regresar a Francia, decide visitar Chiriquí; allí conoce a doña Mercedes (mamá Chellita, entonces de 15 años), se baña en el Risacua y no se va más nunca. Abre su consultorio y se inicia la saga de la familia González Revilla Delgado, todos prominentes, entre los cuales sobresale Toño. Si el capítulo destila el amor de Toño por sus padres, contiene también el complemento del amor de los hermanos y de cómo se ayudaban entre sí. La familia era pobre ya que el doctor Manuel era médico filántropo y muchas veces no solo no cobraba las consultas sino que les compraba las medicinas a sus enfermos. Este  ejemplo fue, sin duda, de inspiración para don Toño para quien los bienes materiales nunca fueron la meta de su vida.

Es notable que los hermanos de Toño apreciaran tempranamente el genio que moraba en él y admirable cómo lo ayudaron para que se educara. Su genio estaba unido a su deseo de superarse, de ser médico como su padre, a una voluntad inquebrantable. El capítulo sobre sus estudios, repito,  debe ser lectura inspiradora a todo estudiante de medicina que, es de esperarse, conocen lo que representa el doctor González Revilla en una facultad que goza de alto prestigio dentro y fuera del país.

Aparte de las reuniones familiares que frecuentábamos, gocé del privilegio de tenerlo de huésped por uno días cuando estudiaba para mi post grado en la Escuela de Derecho de la Universidad de Yale. Esto fue, me parece recordar, en 1963. Allí estudiaba su carrera de médico su único hijo varón, Antonio Jr.  y como  panameño era frecuente visitante a nuestra casa, la cual era muy bien atendida por Diana, mi esposa. (allá tuvimos la dicha del nacimiento de nuestro primer hijo, Eduardo Enrique). Gracias a mis becas no habitaba en los apartamentos de estudiantes sino en un chalet en un barrio de la ciudad. En una de sus visitas y ya próximo a graduarse, Antonio nos comenta que no había podido conseguir hotel ni alojamiento para su papá que viajaría para estar presente en la ceremonia de graduación. Enseguida le manifesté que teníamos una habitación de huéspedes siempre lista para la visita de nuestros padres y que estaba a la orden para don Toño. No recuerdo cuantos días se quedó el doctor con nosotros, pero si que Diana y yo disfrutamos plenamente de la compañía de este hombre excepcional.

Para mi sorpresa, aparezco en la memorias, no en la visita a New Haven, a la graduación de Toño, sino en el capitulo relativo a su experiencia en la política. Transcribo: “Como un dato curioso para la historia, deseo apuntar que semanas antes de esta convención nacional se acercó a mi oficina, en el Hospital Santo Tomás,  el doctor Eduardo Morgan hijo, para proponerme, a título personal, la integración de una nómina con el coronel Bolívar Vallarino como presidente, el ingeniero Samudio como primer vicepresidente y yo como segundo vicepresidente. Rehusé esta proposición de plano, sin consultar a la dirigencia del partido”.

La visita al doctor fue exactamente como la relata y fue una más de las que hice a cada uno de los presidentes de los partidos políticos de entonces, con la excepción del Dr. Arnulfo Arias. Mi preocupación, como le manifesté a cada uno con la osadía de mis 30 años, era que de ganar Arnulfo las elecciones se produciría, indefectiblemente, un golpe militar; y que la forma de evitarlo era una nómina que agrupara a todos los partidos para enfrentarlo en las urnas. Además creía firmemente que un gobierno de 4 años con el General Vallarino,  que en sus 17 años de comandante de la Guardia Nacional se había granjeado el respeto de la comunidad, era necesario para enderezar el rumbo del país.

Hoy, tantos años después, me da mucha satisfacción que en sus memorias don Toño ratifica mis apreciaciones de entonces sobre las causas que motivaron el golpe de Estado de 1968 y la formación del Gobierno Provisional, y luego Revolucionario que, entre el legado de cosas buenas  que nos dejó, está el inicio de las reformas electorales que hoy hacen de nosotros un ejemplo a seguir, por la pureza de nuestras elecciones.

Así como para el doctor Manuel González Revilla Barloco, fue doña Mercedes Delgado Jurado la musa que lo inspiró, para don Toño fue doña Ángela Rosanía, su compañera de toda la vida, cuya belleza física  inigualable se complementaba con su belleza espiritual.  El otro gran amor de don Toño, y creo que el más grande,  fue nuestra querida Panamá. Que ese genio que se codeaba con los mejores médicos de entonces en Estados Unidos y que hubiera podido quedarse en ese país que persigue el talento escogiera regresar a nosotros y pasar por todo lo que pasó para sembrar semillas que fructificaron en una mejor medicina para un país pobre como éramos es, sin duda,  lo que más hay que destacar de la personalidad de este gran ser humano. Doctor, donde se encuentre, muchas gracias por estas sus memorias que seguirán abonando el desarrollo de su querida patria.

Y gracias a sus hijos por compartir con nosotros el legado valioso de su vida contada por él. 

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