Por Eduardo Morgan Jr.
Publicado por La Estrella de Panamá
Fecha: Mayo 1, 2017
«Así pude darme cuenta, por haberlo vivido, de lo grande que es la democracia en ese país y estamos seguros de que Trump aprenderá a vivir con ella»
En el año 2009, con motivo de la elección de Barack Obama como presidente de los EE.UU., escribí un artículo con el nombre ‘La lección de Obama’ que hoy quiero replicar, pero ahora con el nombre de Trump. Destaqué que la elección de Obama borró una larga historia de discriminación racial. Ahora, con Trump, la ‘lección’ a destacar es la realidad de lo que hace grande a EE.UU.: su democracia.
Donald Trump es, sin duda, un hombre fuera de la común. Una personalidad polifacética de trabajador incansable, hombre de negocios exitoso, dueño de una gran fortuna, gran parte producto de su trabajo y de su ingenio. Es también figura estelar de series de televisión, en las que proyecta su propia personalidad. Representa la filosofía de su pueblo que admira y venera el éxito que se traduce en grandes fortunas, donde los billonarios son considerados como ídolos que todos los años compiten por los primeros lugares en las listas que publican sus medios de comunicación.
Donald Trump es uno de esos pero también es algo más.
Tomó la decisión de entrar en la política para llegar a ser presidente de su gran país. Su carisma lo llevó a ganar las primarias de su partido con el apoyo de la gente, ya que el propio Partido Republicano nunca lo apoyó. Enfocó su campaña en los estados poblados por la masa que más se identificaba con él y con suficientes votos electorales para poder ganar, a pesar de que perdió por varios millones en el voto popular. No solo derrotó a su rival demócrata sino a las encuestas. Por su carácter autoritario, causó temprana preocupación en su país y en el mundo. Sus medidas antiinmigrantes, el absolutismo que quiere imponer en el comercio mundial, en las alianzas de defensa y sus promesas de utilizar el gran poderío militar para derrotar al terrorismo de la ISIS y parar la amenaza nuclear de Corea del Norte han creado, con razón, el temor de que la inestabilidad global vaya en aumento. Pero, ¡oh sorpresa! El autoritarismo del presidente Trump chocó de frente con lo que realmente hace grande a Estados Unidos: su democracia y sus instituciones.
Ni el presidente, por más poder que tenga, puede ir contra los frenos y contrapesos que son la esencia del sistema democrático. Así, un juez y un sheriff pusieron un alto a medidas del presidente, porque violaban leyes que estaban bajo la jurisdicción y competencia de ese juez o de ese sheriff. Y tanto el mundo como los Estados Unidos respiraron aliviados de que la democracia no solo los protegería a ellos sino al propio presidente. Seguro estoy de que Trump aprenderá la lección y tal vez llegue a ser un buen presidente para los Estados Unidos. No olvidemos que lo que hace grande a este país no es su inigualable poder militar sino los pilares fundamentales en los que se apoya su democracia: libertad de prensa sustentada en sus influyentes diarios; grandes universidades, donde el talento, más que el dinero, es la llave para ser admitidos; excelente burocracia sustentada en el ‘civil service’ que asegura la estabilidad y competencia de los empleados públicos; centros de investigación que facilitan que los norteamericanos ganen la mayoría de los premios Nobel y les permitió dar al mundo desde la comunicación por satélite hasta el Internet, democratizando de paso el acceso a las tecnologías de la comunicación.
Fui testigo durante mis estudios en la Universidad de Yale, y luego como embajador de Panamá ante el Gobierno norteamericano, de lo que significan los frenos y contrapesos de su gran democracia. Los puertos del Canal, Cristóbal y Balboa, resultaban obsoletos como puertos de trasbordo y el Gobierno del presidente Pérez Balladares decidió privatizarlos. Los que ganaran la concesión harían las inversiones necesarias para atender la carga local y el trasbordo que era la función más importante que tendrían como auxiliares de la posición geográfica y el Canal. Acudieron importantes empresas portuarias de Japón y Hong Kong, entre ellas Hutchinson Wampoa, quizá la más importante con puertos en todos los continentes.
Estados Unidos quiso que Bechtel, una de sus grandes empresas, obtuviera la concesión y trató de convencer al Gobierno para que se la otorgara en forma directa, ya que haría una oferta que no se podría rechazar por lo ventajosa que era para Panamá. Convencieron el presidente Pérez Balladares para que paralizara la licitación y atendiese la oferta Bechtel que para el presidente, al final, resultó una burla por lo que la descartó enseguida. La licitación siguió adelante y la ganó la empresa de Hong Kong antes mencionada. La reacción, la furia (no puede llamarse de otro modo), no se hizo esperar en los Estados Unidos.
Enseguida los seis senadores más importantes mandaron una nota al director de la Autoridad Marítima Federal indicando que había que ‘castigar’ a Panamá por haber discriminado contra intereses norteamericanos en la licitación de los puertos. Se hablaba de que iban a impedir a los barcos de bandera panameña llegar a puertos norteamericanos. Como era de esperarse, cundió el pánico en Panamá y me pidieron que como embajador contratara a una firma de abogados para que nos asesorara en el tema. Una sola nota preliminar de los abogados costó más de 5000 dólares y me di cuenta de que el magro presupuesto de la Embajada no alcanzaría para más. Envié entonces al asesor jurídico de la Embajada, Alfredo Suescum, acompañado por Lili Romero, que también actuaba como abogada, a que averiguaran con los funcionarios de la Comisión Marítima qué nos podría pasar y qué remedios tendríamos para mitigar los daños. Alfredo y Lili regresaron más que tranquilos y muy reídos. Les pregunté que para cuándo nos aplicarían la pena capital. Su respuesta: ‘Embajador, nos reunimos con los jefes de los diferentes departamentos y el mensaje es: ‘A Panamá no le pasará nada. Este es un asunto interno de Panamá y no tiene que ver nada con nosotros. No se preocupen por la carta de los senadores. Es algo político sin ninguna trascendencia para nosotros. Nuestro director también es un político, pero estas cosas las manejamos nosotros’.
Esta fue una gran lección de la fuerza que tiene la democracia que protege a los funcionarios contra imposiciones de sus jefes de momento. En efecto, el globo de los senadores se desinfló y aparte de la propaganda de grupos extremos de que Panamá estaba entregando el Canal a una empresa china (pasaban la bandera China sobre el Canal en propaganda de televisión), no se habló más del tema; no hubo sanción de ninguna clase y la Embajada se ahorró una fortuna en abogados.
Así pude darme cuenta, por haberlo vivido, de lo grande que es la democracia en ese país y estamos seguros de que Trump aprenderá a vivir con ella. Esperamos que con su gran dinamismo ayudará a que el planeta sea un poco mejor no solo para su pueblo sino para el resto del mundo. Esta es, sin duda, la mayor de las responsabilidades que deben asumir las grandes potencias.
ABOGADO
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