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Tenemos la riqueza. Invirtámosla bien.

Eduardo Morgan Jr.

Panamá fue un país pobre hasta el año 2000. Nuestra riqueza, la posición geográfica, nos había sido arrebatada por la interpretación absurda que Estados Unidos, con la complicidad de Bunau-Varilla, hizo del tratado que lleva su nombre. Nos quitaron los puertos y convirtieron Panamá y Colón en unos guetos enclavados dentro de las cinco millas de la concesión que creó la Zona del Canal, sin ninguna posibilidad de crecimiento.

Ni siquiera podíamos hacer una vía que conectara los dos mares en ninguna otra parte de nuestro territorio, porque el tratado les dio el monopolio de la comunicación interoceánica. Desde el año 2000, con la recuperación de nuestra posición geográfica y de nuestro Canal, nos estamos convirtiendo en un país rico, con el potencial de llegar a ser el más rico de América. Veamos primero la actividad portuaria.

Hay más de 5 mil panameños trabajando en los puertos, con buenos salarios y orgullosos de operar los más grandes y eficientes de América, a través de los cuales más de 5 millones de contenedores se transfieren desde Panamá a otros destinos en el continente. Y qué decir de nuestro Canal, que además de un manejo responsable y eficiente, con mejores índices que cuando era administrado por Estados Unidos, actualmente entrega al Tesoro Público más de 800 millones de dólares anuales en dinero contante y sonante. La inversión de más de 5 mil millones en su ampliación traerá aumentos considerables en los aportes que se estiman, para el año 2024, en más de 4 mil millones.

Esta riqueza ha permitido al actual gobierno hacer inversiones para, entre otras cosas, mejorar la infraestructura vial; iniciar un sistema de transporte con el Metro Bus y el Metro, que agilizarán el movimiento de personas que hoy se ve angustiosamente constreñido por la muy sui géneris geografía de nuestra ciudad capital; invertir en salud mediante la construcción de nuevos hospitales, y en tecnología con la internet al alcance de todos.

La gran crítica, atribuible a todos los países en vías de desarrollo, se circunscribe a la mala distribución de la riqueza. Y Panamá no escapa de esta realidad, no obstante que desde el año 2000 a la fecha el índice de pobreza ha descendido más de 10 puntos, de 40% al 30%, del cual un altísimo porcentaje se encuentra en las comarcas indígenas. Los gobiernos han atacado el problema con subsidios, tales como la Red de Oportunidades, los 100 para los 70, subsidios al gas y la electricidad, bonos escolares, etc., que si bien ayudan y son paliativos a la pobreza, no resuelven el problema de fondo. La única forma de mejorar la distribución de la riqueza es acabando con las desigualdades mediante la educación. Invertir en educación es invertir en el capital humano; los países que lo han hecho son hoy día más prósperos, más seguros y más civilizados.

La inversión debería empezar con la construcción de escuelas y colegios de primer orden, de los cuales los estudiantes no quisieran ausentarse. Cada escuela-castillo debería contar con las mejores instalaciones deportivas, anfiteatros para la cultura, comedores para los estudiantes. Las pandillas, que no son otra cosa que adolescentes que se juntan por la solidaridad del barrio, competirían no con violencia, sino rivalizando en lides deportivas o intelectuales. La escuela-castillo permitiría a los estudiantes pobres y muy pobres las mismas oportunidades que los de mejor fortuna, en su formación intelectual y física; y sus padres sentirían que la sociedad sí los toma en cuenta.

El sistema estaría diseñado para que cada estudiante tenga iguales ventajas, no importa si es de zonas urbanas o rurales. Un sistema de internado para los estudiantes de áreas rurales o pueblos pequeños les sería de beneficio. Esto no es nuevo para nosotros; lo hubo en el Instituto Nacional, cuando era el mejor colegio y el más imponente que había en Panamá. Allí llegaban estudiantes distinguidos procedentes del interior.

El beneficio de una inversión así se vería a corto plazo, con la integración de nuestra sociedad. Y a largo plazo, cuando Panamá se convierta en el líder indiscutible de América Latina. El componente de ese liderazgo saldrá de nuestra inversión en la educación. Sigamos en esto el ejemplo de Estados Unidos. Da gusto ver los palacios que son las escuelas públicas en ese país; ver cómo las escuelas, los colegios y las universidades se organizan para competir entre ellos, en el deporte y en la cultura, contribuyendo a la cohesión del pueblo norteamericano. Es gratificante ver cómo sus grandes universidades se abren al talento y no a la solvencia económica y que de allí salen los grandes líderes que han llevado a ese país a convertirse en una nación poderosa y rica, no solo por su poderío militar sino por su preponderancia intelectual y científica, que los impulsó a ir a la Luna hace más de 40 años y hoy les permite ganarse la mayoría de los premios Nobel en las ciencias y en las artes.

Tenemos la riqueza. Invirtámosla bien.

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